Ahora, es Loma de Mejía, rincón del Tamoanchan, donde florece el cielo como agua clara entre la seca dureza de las barrancas, bajo el viejo árbol de la vida y las raíces del amate, la flor y el canto, el olor y el color a saber.
Ahora, sí, Loma de Mejía ve cómo le crecen espinas herrumbradas por ley, prepotencia y burocracia para escupir la voz ciudadana, con silencio, puño, bota y fusil.
Antes, fue el Casino de la Selva y su polifonía mural y arquitectónica. El ignorante y el empresario, todavía impunes, la entregaron al gringo depredador, al nuevo abarrotero, que blande puritanismo en vez de puro y vende chorizo y papel sanitario en nombre de Dios.
Antes y ahora el cielo de Cuernavaca se mancha de azul cadáver, de azul bonapartista, vuelto dogma y fe en el dólar; sí, en la basura.
Y allá, donde aún el limo se transforma en pez y la mariposa se confunde con la flor; donde corre Prometeo, embriagado por el fuego original, con la cola quemada, un decreto, otro más, ordena ahogar las aguas claras en el orín y el veneno de los deshechos orgánicos e inorgánicos.
Un decreto, otro, enfundado en letras de soberbia para mejor cometer agravio. No, nadie lo agradecerá, pero el odio y el desprecio abrirán sus alas de murciélago para ensombrecer la siniestra decisión e hincarle los dientes de la infamia.
Una palabra se unirá a otra, un brazo a otro, una casa de campaña a otra, un hombre a otro y una mujer a otra para levantar la Voz. No los vencerá.
Saldrán de sus casas los ciudadanos, las ciudadanas, y hablarán desde su corazón. No, no los vencerá la burocracia ni el trámite ni, mucho menos, las leyes y reglamentos, fabricados para tirar el dinero del pueblo, atado con liga, en burdeles y cantinas. No, no los vencerá.
Correrán entre el viento envirgulecido por los árboles nagual. Ulularán en medio de la noche y entrarán al sueño color asfixia para carcomerle el alma y la fe. Loma de Mejía seguirá, a su pesar.
Cortarán la agujas que disecan las nubes y hacen del cielo un insectario del “voto ciudadano” para transformar la lluvia en veneno y la basura en río. No, no hay poder en la corteza; solo en la carne y en la sangre.
En Loma de Mejía, no habrá astillas ni leña ni hueso ni grano de pus en los helechos y secretos escondrijos, donde el escarabajo es rey y el alacrán se guarece bajo las ramas y las hojas.
No hay miedo ante miedo decretado; únicamente, blasón de libertad. Un hermano y una hermana, un hijo y una hija, dispuestos a quebrantar la autoridad del error para no vender al sueño lúgubre y azul la pureza de la dignidad.
Aún el hueledenoche obsequia su aroma a los ciudadanos que luchan por defender tierra, en tierra del Calpulelque Zapata, mientras los autores del decreto buscan el peso de los párpados, bajo el muelle dulzor de la sábana y la cobija, sobre el lecho. Pero ahí no hay amor; sólo fatiga y hastío, seco hueco de pavimento y casa de cambio.
Manos ciudadanas templan justicia y ley para entrelazarlas a la luna, igual que la araña, por amor a la barranca y al jazmín.
No responden a la injusticia con injusticia, sólo con humanidad de hombres y mujeres, de padres y madres, de hijos e hijas; de nietos y nietas que pugnan porque el tulipán y la bugambilia coronen de morado y rojo, de amarillo y violeta, el respeto a las venas de la vegetación.
Sí, la misma que roerá al mal sueño, a la pesadilla, cuando muera entre la vergüenza y los gusanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario