viernes, 19 de septiembre de 2008

Nuestros bosques

José Sarukhán
El Universal

Escribir (o hablar) acerca de la situación de los bosques mexicanos es tocar un tema tan manido y con tan poco efecto en la sociedad como lo era hace un tiempo hablar de los sempiternos problemas del Valle del Mezquital, o de los henequeneros, o actualmente de la corrupción policiaca.
El común de la gente no puede pensar en los bosques mexicanos sino como en un enorme saco sin fondo que no logra llenarse de corrupción, ilegalidad, crimen, ineficiencia, etcétera. Hay muy buenas razones para ello, y han estado ahí por mucho tiempo. Sin embargo, es bueno citar unos cuantos datos acerca de los bosques mexicanos y sus dueños antes de entrar más en materia.
Un poco menos de un tercio del territorio nacional (56.5 millones de hectáreas, ha) está cubierto por bosques y selvas; de esa superficie, un poco más de la mitad (54%) corresponde a bosques de zonas templadas (de pinos y/o encinos primordialmente) y el resto son selvas, es decir, comunidades boscosas tropicales. Adicionalmente hay unos 22 millones de ha de bosques en diversos estados de deterioro y transformación.
No debería quedarnos duda de que la vocación de la mayor parte de nuestro territorio es forestal. Para sorpresa de mucha gente, México es el país con más especies de pinos y de encinos del mundo a pesar de no ser el centro de origen de estos grupos de especies. Nuestros extensos e intricados sistemas montañosos son en gran parte responsables de esta potencial riqueza forestal y de que muchas de esas especies sean exclusivas (endémicas) de México, las cuales tienen tasas de crecimiento de las más altas del mundo.
Un segundo hecho crucial para entender lo que ocurre en los bosques es que una gran proporción de esta cobertura forestal (80%) es propiedad de comunidades rurales o indígenas. La población que habita en y vive de los bosques es, coincidentemente, el 20% más pobre y marginado de la sociedad mexicana. En estos terrenos se encuentra, irónicamente, una porción mayoritaria (75%-80%) de la diversidad biológica del país.
Perdemos cada año una extensión de bosques y selvas que oscila entre 300 mil y 700 mil ha, proporcionalmente más de estas últimas. Aparte de lo grave del hecho de la pérdida, México no cuenta hasta ahora con medios confiables e indiscutibles para determinar con precisión la tasa de deforestación. Los motores de esa pérdida de bosques son su transformación primero a zonas agrícolas de temporal y posteriormente a praderas que sostienen una “ganadería” en extremo ineficiente.
Nuestros bosques son, en gran medida, riqueza irrealizada. Muchas razones inciden en ello. Una, especialmente importante para las selvas, ha sido, hasta recientemente, nuestra dependencia tecnológica. La maquinaria forestal, especialmente las sierras para industrializar la madera, viene de países templados donde las especies producen madera suave. Esto hace que esas sierras sean incapaces de cortar las innumerables especies tropicales de maderas duras que hasta hace poco quedaban tiradas pudriéndose.
Otro elemento es la falta de caminos rurales adecuados, lo que causa que la mayor parte del costo de producción de la madera sea el transporte. Pero, en mi opinión, un elemento aún más importante ha sido la explotación desbocada, por todo tipo de intereses, de los grupos comunitarios indígenas y rurales, dueños de los bosques, tema al que me referiré en entregas futuras.

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